Y quedarse sólo con lo bueno.
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- domingo, 21 de septiembre de 2014
Zenaida estaba
convencida de que a la vida se venía a disfrutar, y no a sufrir como
solían decir los curas. Sabía desde que era pequeña, porque así
se lo había enseñado su madre, que hay que retener firmemente las
cosas agradables que nos ocurren y construirse con ellas una
fortaleza, y alejar en cambio a manotazos y patadas todo lo feo que
se empeña en rodearnos y aplastarnos contra el suelo. Si tenía un
disgusto, era capaz de plantarle cara y espantarlo como a un
fantoche, pensando en los buenos momentos que había vivido y en los
que aún le quedaban por gozar. Y en las noches de invierno, cuando
la añoranza y las ganas de estar con Almícar eran tan profundas que
amenazaban con cortarle la respiración, cerraba los ojos y recordaba
cada minuto de las últimas horas que había pasado con él, hasta
que percibía su olor y su aliento sobre ella, y terminaba por
dormirse arrullada en sus espasmos. Si realmente existía algún ser
sobre la tierra de que se pudiese decir que era feliz, ese era
Zenaida.
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